Hablando con dios (Parte I)

Hace pocos años encontré este escrito en un portal en inglés, generó interés en mí. Ahora he encontrado esta version traducida en HECF (que al parecer borraron el post) y quise compartirlo, no logré hallar la versión original.  Lo dividiré en partes para que sea mas digerible. En verdad es...bueno, ustedes juzguen.
Conocí a Dios el otro día. Sé lo que estás pensando. ¿Cómo rayos sabes que es Dios?
Bueno, voy a explicar a medida que avanzamos, pero en el fondo, él me convenció por tenerlas todas, y me refiero a TODAS, las respuestas. Cada pregunta que le arrojaba, la bateaba de vuelta con una respuesta plausible y satisfactoria. Al final, era más fácil aceptar que él era el dios que otra cosa.Lo que es extraño, porque todavía soy un ateo y que incluso estoy de acuerdo en eso.

Todo comenzó a las 8:20, en Paddington. Me compré un asiento de ventanilla agradable, sin gritos de mocosos, delincuentes, borrachos ni metiches. Ni siquiera un teléfono móvil a la vista. Me senté y leí el periódico. Él caminaba cerca.
¿Que qué aspecto tiene?
Bueno, no lo que usted podría haber esperado, eso es seguro. Tendría casi los 30, llevaba unos pantalones de mezclilla y camiseta con gorro. Definitivamente casual. Parecía que podía haber sido un trabajador social o tal vez un programador de computadoras como yo.
‒¿Está ocupado este asiento?‒ dijo.
‒No, puede sentarse‒ le contesté.
Se sentó, se relajó, no hice caso, y de nuevo continué leyendo sobre la correspondencia relativa de los alimentos genéticos en la cadena alimentaria…
El tren comenzó su partida y unos minutos más tarde comenzó la conversación.
‒¿Puedo hacerle una pregunta?
Luchando por contener mi ceja izquierda respondí ‘Sí’ en un tono que pretendía expresar que no quería contestarle una pregunta, y con carácter complementario, que realmente no estaba de humor para una conversación…
‒¿Por qué no cree en dios?
¡Ése bastardo! Me encanta este tipo de conversación y puedo estar durante horas sinsentido de las creencias teístas. ¡Pero tenía que estar en el estado de ánimo! Es como cuando un testigo de Jehová llama a tu puerta 20 minutos antes de que usted pudiera disponer que le retiraran una muela del juicio. Por mucho que deseé realmente, amo permanecer en esta clase de conversaciones, incluso podía comenzar la diversión. Y sabía, que si yo daba mi respuesta de siempre, todavía estaríamos discutiendo aún cuando llegáramos a Cardiff. Pero no estaba en el estado de ánimo. Necesitaba quitármelo de encima.
Pero entonces pensé: “¡Qué extraño! ¿Cómo es que este perfecto desconocido está seguro y en lo correcto de que soy ateísta?”. Si hubiera estado conduciendo mi coche, no habría sido un misterio, pues tengo el pescado de Darwin en la parte posterior de la vehículo: el antídoto para que los peces cristianos lo vieran y huyeran por todas partes. Así que cualquiera que lo viera podría comprender y habría adivinado mis creencias. Pero yo estaba en un tren y no estaba usando mi playera Darwinista con la frase “Evolucionar”.
‒¿Qué te hace tan seguro de que yo no creo?‒ pregunté.
‒Porque‒ dijo, ‒yo soy Dios y usted no me tiene miedo.
Tendrán que tomar mi palabra, pues creo que hay otras formas en que uno puede decir una línea como la que la mayoría haría en altavoz, como un candidato postulándose para una institución, o por lo menos como una expresión artística, incluso algunos de los cuales podría ser interpretado como un simple entretenimiento.
Siendo un “hecho indiferente” es una tarea difícil argumentar lo que acababa de decir, pero así lo dijo con seguridad. Nada en su tono o actitud me pareció fuera de lugar ni extravagante. Al menos para esa declaración. Me lo dijo porque él creía verdaderamente lo que decía y su racionalidad no parecía ser inducida por drogas ni por el resultado de una crisis mental.
‒¿Y por qué debo creer eso?‒ pregunté con cierto aire de interés hipócrita.
‒Bueno‒ dijo, ‒¿por qué no me preguntas algo? Cualquier cosa que te guste, y ver si las respuestas satisfacen tu mente escéptica.
Pensé que sería una breve conversación, después de todo.
‒Dígame, ¿quién soy yo?‒ pregunté.
‒Stottle. Harry Stottle, 10 de agosto de 1947, Bristol, Inglaterra. Padre Pablo, la Madre María. Educado duque de Escuela Real Militar de Yorks, 1960-1967, de Sandhurst y Oxford, doctor en Exobiología, cantante de rock reprimido, activista de tiempo completo durante 10 años, que después fue empleado de programador informático, autor web y aspirante a filósofo. Casado con Michelle, ciudadana estadounidense, que tiene dos hijos de un matrimonio anterior. Estás volviendo a casa después de lo que parece haber sido una exitosa reunión con un inversor interesado en su producto, que se propone el seguimiento de la falsificación de software con sistema anti-robo y de protocolo, se comió un desayuno inglés completo en el hotel esta mañana, excepto que, como de costumbre, pidió que le cambiaran las salchichas repugnantes americanas a cambio de darle el clásico tocino inglés.
Hizo una pausa.
‒No estás convencido. Hmmm… ¿Qué haría falta para convencerte? ¿Me puede dar su permiso para que tenga una relación telepática?
‒¿Usted necesita mi permiso?‒ pregunté sorprendido y escéptico a la vez.
‒Técnicamente, no. Éticamente, sí.
A pesar de que pensaba que había jugado muy bien su falso papel le dije, ‒bien, usted tiene mi permiso. Así que convénzame.
‒¡Oh, muy bien! Entonces déjame decirle su contraseña más secreta, que es ‘asociación’.
Un hacker serio podría ser capaz de obtener la contraseña pero nadie más, y me refiero a NADIE, conoce que es ‘asociación’. Y él lo hizo.
Entonces, ¿cómo es que había adivinado?
Lancé un par de preguntas más acerca de mí, relativamente insignificantes, pero sin conocerse los detalles de mi vida; como lo que mi madre dice fue la primera palabra que dije, al parecer “armadillo” (no pregunten por qué). Pero después de algunas preguntas y respuestas, ya estaba muy convencido… Sabía que sólo había tres explicaciones posibles a lo que había pasado.
Posibilidad uno: tal vez yo estaba soñando, alucinando o hipnotizado. Nadie experimentó conmigo, a la vez creo que fue mi sentimiento dominante que me llevó a ese estado. No se sentía real en ése momento, más bien era como si estuviera en una obra de teatro: yo en mis líneas y aquel perfecto extraño en las suyas. Pero desde su aparición cuando pidió sentarse a mi lado, hasta ahora, continúan los recuerdos vívidamente detallados, entonces debo estar alucinando hasta ahora. Entonces estoy obligado a rechazar la hipótesis de la alucinación. Lo cual deja a otras dos.
Posibilidad dos: podría haber sido una verdadero telépata. No existe evidencia documentada de que alguien alguna vez alguien había tenido tal capacidad profunda, por lo menos hasta la fecha. Sin embargo era una posibilidad. Se habría explicado cómo podía saber mis más guardados secretos. El problema con esto es que no explica nada más. En particular, no tiene argumento para las respuestas que él procedió a dar, después de decir mis preguntas.
Como Sherlock Holmes dice “cuando se ha eliminado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad”. Buena frase empirista, Sherlock.
Finalmente me vi obligado a aceptar por la remota posibilidad de que este hombre era quien decía ser. Pero cuando me convencí de que él era quien decía, me acosaba un sentimiento que no puede describirse más que con una pregunta.
¿Y ahora qué haces?
Bueno, siempre he sabido que si conocía Dios le formularía un millón de preguntas, así que pensé, ‘¿por qué no preguntar?’ y permití que sucedieran las cosas como debía ser.  Espera la segunda parte del relato.

Autor desconocido

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